Solo seis de cada cien españoles, frente a casi la mitad de los estadounidenses, el 30 por ciento de ingleses y el 20 % de franceses o alemanes, afirma disfrazarse al menos una vez al año, lo que podría hacer pensar equivocadamente en que la confección de trajes de carnaval en España atraviesa horas bajas.
En España, el negocio del disfraz mueve al año 130 millones de euros y lo sitúa como potencia mundial tras el «gigante anglosajón».
La producción, en su mayoría de carnaval, Halloween y para despedidas de soltero, se vende en más de una veintena de países, desde Nueva Zelanda al viejo continente, y entrará este año al mercado mexicano.
Junto a la entrada en México, trajes españoles de Caperucita, Blancanieves, Spiderman, torero o bombero tienen previsto venderse también en Iberoamérica, donde negocian acuerdos comerciales bajo la estrategia de que España tiene «calidad y precio».
Existe cierta explicación «sociológica» para entender el auge de este mercado en momentos tan difíciles como el actual. En ese sentido, el carnaval y el disfraz, en general, son una forma olvidar por unas horas la crisis y los problemas que tenemos.
El 45 por ciento de los trajes de carnaval fabricados en España son de adulto, donde están en alza los encargos para grupos o comparsas, mientras que los niños representan el 55 por ciento de la cuota de mercado nacional y varían año a año en sus preferencias.
Redacción (Agencias)