La Cruz del Valle, de Bécquer y Luis G. Luna

Espectacular edición facsímil de esta obra, poco conocida y deliciosa. La Editorial Cuadernos del Laberinto, conocida por la alta calidad de sus trabajos y contenidos, edita este libro con motivo del 150 aniversario de la muerte de Bécquer.

Bécquer es nuestro padre espiritual. El padre de la poesía española contemporánea. Y como homenaje, en el 150 aniversario de su muerte, la editorial Cuadernos del Laberinto —de la mano de Luis Alberto de Cuenca, Alicia Arés y Pedro Amorós— ofrece a todos los becquerianos esta edición facsímil de una de las comedias que compuso en colaboración con su amigo Luis García Luna bajo el pseudónimo de Adolfo García, concretamente la última que ambos escribieron en comandita, la titulada La cruz del valle. Se trata de un libreto de zarzuela, con música del maestro Reparaz, que se estrenó en el madrileño Teatro del Circo el 22 de octubre de 1860.

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NOTA EDITORIAL
Alicia Arés

Este libro nace como homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer en este año, 2020, en el que se cumplen 150 años de su fallecimiento; acaecido en Madrid el 22 de diciembre a las 10 de la mañana en la calle Claudio Coello, 7 (actual nº 25, piso 3º dcha.) debido a una pulmonía. Sus últimas palabras fueron «Todo mortal», y media hora después del seceso se inició en Sevilla (su ciudad natal) un eclipse total de sol.

Fue mi padre, Luis García Arés —bibliófilo, poeta y becqueriano— quien en 1994 adquirió en la librería París-Valencia este rarísimo libreto de una de las piezas teatrales que se conservan de Bécquer.

La novia y el pantalón, La venta encantada, Las distracciones, Tal para cual La cruz del valle las escribió en colaboración con su amigo Luis García Luna firmando con el nombre de Adolfo García. Y El nuevo Fígaro y Clara de Rosenberg surgieron de la colaboración de Gustavo Adolfo con, su también amigo, Ramón Rodríguez Correa bajo la máscara de Adolfo Rodríguez. Aunque recientemente se ha dado a conocer El talismán, zarzuela incompleta con música de Joaquín Espín y Guillén en la que también colaboró Bécquer.

Gustavo Adolfo llegó a Madrid en 1854 cargado de sueños y ambiciones. Sin embargo, los primeros años en la capital fueron duros, tanto económicamente como por la enfermedad que se cruzó a su paso. No obstante, Bécquer era una hombre lleno de esperanzas y proyectos y supo encontrar la forma de salir adelante con muy diversos trabajos: escribiendo biografías de diputados, fundando periódicos o trabajando como redactor o director de los mismos, llevando a cabo ideas tan ambiciosas como La historia de los templos de España, de escribiente en la Dirección de Bienes Nacionales, dibujando pinturas murales (como las del palacio del Marques de Remisa) o de censor de novelas (trabajo que le proporcionó su amigo y benefactor González Bravo).

Superadas han quedado ya las biografías en las que se nos muestra un Bécquer bohemio y pobretón tan alejadas de la realidad, ya que el poeta supo abrirse camino —con bastante desahogo en algunas épocas de su vida— sin perder nunca de vista su propósito de desarrollar su carrera literaria y sin abandonar su ansia de gloria artística. Supo, pues, lidiar y aprovechar las modas del momento.

Es importante saber que en esos años la zarzuela representaba uno de los divertimentos más populares y demandados. Aconsejo al lector que eche un ojo a las dos páginas finales de este facsímil para comprobar la inmensa lista de zarzuelas que no solo se anunciaban, sino de las que además había afición por comprar sus libretos. También resulta llamativa la estadística de que en esa época en España había 318 teatros en donde se representaban anualmente un promedio de 12.436 funciones (8.410 obras teatrales, 2.846 zarzuelas y 1.180 óperas), y que justamente en la temporada en la que se puso en escena La cruz del Valle (1860-1861) se estrenaron en Madrid 62 zarzuelas.

Por lo tanto, no es nada extraño que Bécquer —que recordemos era un gran aficionado a la música— buscase en este nicho una forma de ganarse el pan, pero refugiándose tras pseudónimo. De hecho, es el mismo Gustavo Adolfo quien en noviembre de 1860 (un mes después del estreno de La cruz del Valle) publica en el periódico La Iberia una carta abierta, dirigida a don Juan de la Rosa González, en donde narra:

La política y los empleos, último refugio de las musas en nuestra nación, no entraban en mis cálculos ni en mis aspiraciones. Entonces pensé en el teatro y la zarzuela…
…Lo arreglé con mi amigo Luis García Luna…
Yo, sin embargo, que, aun cuando en esta senda me han antecedido muchos escritores de primer orden, no creo que es la que conduce a la inmortalidad; al poner en ella el pie tuve rubor y me tapé la cara…

«Todos hemos sido bautizados en Bécquer» decía Jorge Guillén en un artículo, y todos debemos agradecerle ser quien abrió la puerta a la poesía moderna dotándola de ese gigante y extraño don de la sencillez y la intimidad.
Bécquer revive en nosotros, bien sea en forma de rima, leyenda, carta o —como en este caso— de zarzuela y reconocerle tras cualquier composición exalta lo que en nosotros hay de poesía.

Madrid, 10 de noviembre de 2020