Un entorno estimulante de pequeños mejora la memoria

Un equipo del Instituto de Neurociencias (centro mixto del CSIC y la Universidad Miguel Hernández de Elche) ha identificado un mecanismo molecular que ayuda a explicar cómo un entorno estimulante mejora la memoria y por qué la falta de estímulos puede perjudicarla. La investigación, publicada en Nature Communications y desarrollada en ratones, revela que las experiencias durante la infancia y adolescencia dejan una marca duradera en el cerebro a través de la activación o inhibición del factor de transcripción AP-1, un regulador clave de genes vinculados a la plasticidad neuronal.

El laboratorio dirigido por el investigador Ángel Barco analizó cómo distintos ambientes —uno enriquecido con juguetes, ejercicio y convivencia; otro estándar; y un tercero empobrecido, marcado por el aislamiento— impactaban en el desarrollo cognitivo. Los animales criados en un entorno estimulante mostraron un rendimiento significativamente mejor en pruebas de memoria y aprendizaje, mientras que los sometidos a ambientes pobres obtuvieron resultados inferiores. Los análisis genómicos y epigenéticos confirmaron que las experiencias tempranas modifican de forma estable la actividad de AP-1, fortaleciendo o debilitando redes de genes que sostienen la comunicación entre neuronas.

Barco destacó que, aunque desde hace décadas se sabía que el entorno infantil influye en la capacidad de aprendizaje, es la primera vez que se identifica un “interruptor molecular” capaz de traducir esas vivencias en cambios persistentes en el cerebro. También subrayó que AP-1 actúa como punto de convergencia de estímulos tan diversos como la interacción social, la actividad física o la estimulación sensorial, lo que ayuda a comprender cómo el entorno moldea la memoria. El estudio reveló además que este factor no actúa por igual en todas las neuronas, respondiendo de manera distinta en dos tipos celulares clave para el aprendizaje espacial.

Por su parte, la investigadora Marta Alaiz-Noya explicó que la activación intensa de AP-1 en ambientes enriquecidos impulsa programas génicos que predisponen al cerebro al aprendizaje, reforzando conexiones neuronales en etapas muy sensibles del desarrollo. Su compañero Federico Miozzo añadió que estos descubrimientos muestran cómo la estimulación ambiental deja una huella biológica medible y que abren la puerta a terapias futuras que reproduzcan los efectos del entorno enriquecido, útiles tanto para trastornos del neurodesarrollo como para casos de deterioro cognitivo.

Redacción (Agencias).