De la misma familia que el pepino, la calabaza o el melón, el calabacín es una hortaliza originaria de América Central que hoy forma parte esencial de la dieta mediterránea.
Según la Fundación Española de la Nutrición (FEN), destaca por su alto contenido en agua —más del 95 % de su peso— y su baja densidad calórica, lo que lo convierte en un aliado ideal para quienes buscan mantener o perder peso sin renunciar a una alimentación completa.
Aunque bajo en hidratos, proteínas y grasas, aporta vitamina C, vitaminas del grupo B y carotenoides, fundamentales para reforzar el sistema inmunitario, proteger las células del envejecimiento y favorecer la producción de colágeno.
También es fuente de potasio, esencial para la función muscular y nerviosa, y apenas contiene sodio, por lo que es apto para personas con hipertensión. Tomado con piel, añade fibra a la dieta, mejorando el tránsito intestinal sin resultar pesado para el sistema digestivo.
Su consumo habitual, especialmente en meses calurosos, favorece la hidratación natural del cuerpo y ayuda a reponer líquidos y electrolitos con un aporte calórico casi nulo.




