La escritora Paloma Sánchez-Garnica nos lleva hasta la capital alemana para demostrar la fascinación que tiene sobre Berlín y hacerlo a través de los escenarios que recorren los personajes de “Victoria”, la novela que la erigió como merecedora del Premio Planeta en su pasada edición.
Entrevista: Ismael Arranz (Berlín)
Edición sonora: Alfredo Hidalgo
Aunque la trama de la historia se centra en la época de la construcción del Muro y la división de la ciudad, el paseo por la historia nos lleva a recordar que antes de la segunda contienda mundial el pueblo alemán no era especialmente antisemita: “la convivencia entre los alemanes, judías y arios, era perfecta”, nos recuerda la escritora destacando que “ser miembro del partido no quería decir que fuese nazi, pero el 80-85% de la población vivió con el nazismo y algunos lo aceptaron”. De tal modo que nos encontramos frente a una sociedad totalmente abducida por un sistema dictatorial y autoritario que transformó y retorció los principios morales, según destaca la propia Sánchez-Garnica.
Con carácter previo es lo que trata de entender a través de “Últimos días de Berlín”, novela finalista del Premio Planeta en 2021. En sus páginas nos encontraremos “cómo se va filtrando en la conciencia de los alemanes y se retuercen esos principios: lo que antes consideraban como violencia o algo incómodo que pudiera incomodar a un judío, poco a poco lo van normalizando”, destaca la autora.

Desde el Museo de los Aliados, primera parada de este tour, la autora nos recuerda que “la obsesión de Estados Unidos era el comunismo, la obsesión de la Unión Soviética era el capitalismo y Alemania se queda en medio queriendo que los alemanes de unan a su causa, los unos y los otros”. Y aquí surgen esos dos bloques claramente definidos, perfectamente divididos por el Telón de Acero en dos partes. La autora recuerda que en aquella época “se decía que Berlín era la ciudad más peligrosa del mundo porque estuvo a punto de volver a estallar un conflicto de consecuencias inimaginables porque existía la ya bomba atómica”.
Fruto de todo ello es el levantamiento del muro de la vergüenza y que supuso el bloqueo del Berlín administrado por las potencias occidentales porque “lo que quiere Stalin es quedarse con todo el terreno” dado que era muy incómodo para él tener esa zona ‘capitalista’ en medio de lo que él consideraba su territorio. Esto surge a través de una serie de consecuencias que se podrán leer en ‘Victoria’.
Las páginas de los libros de historia, narra Sánchez-Garnica, relatan cómo durante dos días, Estados Unidos y Gran Bretaña (también Francia) plantean si plantarle cara al gigante comunista y crear un conflicto o si resistir.
Como sabemos, o descubriremos a través de estas páginas, ganó la opción de la resistencia a través del llamado “puente aéreo” iniciado apenas dos días después del cierre de las fronteras. Primero con los productos más básicos y poco a poco se va perfeccionando ese sistema hasta el punto en que “cada 7 segundos llevaba un avión, descargaba y volvía otra vez de manera constante las 24 horas del día, 7 días a la semana”.

“Llegaban esas cajas con latas, con conservas, con chocolate, con medias de nylon, con… chicles, para que los alemanes tuvieran este tipo de ayudas”. Era una forma –recuerda la escritora- de ayudar por parte de los civiles norteamericanos a los civiles alemanes. Y así lo quiso plasmar en el relato a través de la imagen de la cocina con las dos hermanas sacando este tipo de cajas, “Rebecca no muy convencida porque estaba en contra de todo lo que era el capitalismo y lo que era Norteamérica y lo que estaban haciendo con ellos; Victoria más agradecida con todas estas ayudas. Son las dos visiones que tienen las dos Alemanias.”
Volviendo al relato de la novela, y pisando sobre el terreno, nos plantamos frente a la sede de la RIAS, la emisora que le da la oportunidad a Victoria de labrarse un futuro laboral tras haber perdido su trabajo como cantante. “Ella lo que hace es informar de dónde podían encontrar los puntos de suministro básico que llegaban a través del puente aéreo en ese bloqueo de Berlín, dónde pueden encontrar el carbón, los alimentos y las medicinas, incluso cosas un poco más livianas.; y es que, estamos hablando de casi un año el tiempo que duró el bloqueo.
Victoria “lo que hace es dar esa información, incluso cuando no hay luz, cogiendo el coche y con un micrófono y un altavoz dando esa información” mientras recorre las calles de esa Berlín cercada. Sánchez-Garnica pone en valor “la importancia de la prensa para el bien y para el mal”; recuerda que “el periodismo es el depositario de los derechos fundamentales, el derecho a la información veraz y contrastada; pero como poder puede pervertirse y hacer lo contrario de lo que debería hacer: manipular y ser utilizado para desinformar”.

No hay que perder de vista que la RAIS era también un medio de propaganda “porque al final todos querían llevarse el gato al agua y lo que hacían es envenenar un poco la zona soviética a través de las ondas”. No obstante, a través de estos micrófonos, los propios habitantes del Berlín Oriental encontraron a “la fuente de información de conflictos que sucedían en la zona de Este y que de otra forma no se enteraban. Por ejemplo, la revolución en Hungría, lo que estaba ocurriendo en Budapest, gracias a corresponsales de la RIAS”. Todo ello, recuerda la autora, podían escucharlo de forma abierta los del lado occidental y de forma oculta, con el peligro de cárcel y de problemas de ser descubiertos en el lado del Este. “A la radio no se le pueden poner fronteras, es una manera de informarse de lo que sucede al otro lado del telón de acero y que los gobernantes tratan de ocultar”, destaca Garnica de este medio de comunicación.
La responsabilidad del escritor
Precisamente el conocimiento de todos los elementos, es lo que nos va a permitir juzgar: “no se trata de justificar, se trata de entender, de comprender; muchas veces juzgamos la actitud de gente sin entender todo lo que le rodea”. Eso es precisamente lo que encarna el personaje de Hedi, la hija de la protagonista de la novela. Para Paloma Sánchez-Garnica, “la ficción muchas veces nos ayuda a tratar de ser un poco más tolerantes.”
Unas palabras que nos trasladan a la sobrecogedora Iglesia de la Memoria. Un lugar que, si bien no lo encontraremos como tal en las páginas de esta novela, es de obligado conocimiento para el turista que se aproxime a Berlín. La narradora lo define como un “monumento a la memoria, de cómo los alemanes al final reconstruyen su propia historia a través de la memoria; recordar para no olvidar lo que sufrió la ciudad”. Sobre estos muros, supervivientes de un bombardeo, había dos opciones: remodelarlo y reconstruirlo o dejarlo tal cual quedó para “recordar los efectos de las bombas, la destrucción que supuso la SGM en esta ciudad”.
Es en este punto cuando la escritora de “La sospecha de Sofía” hace una reflexión sobre la responsabilidad de los escritores a la hora de dejar una impronta a través de la literatura como una “ventana al pasado”. “Leer nos amplía la perspectiva de ese pasado que, a veces, tenemos bastante confusión. La literatura, los escritores y los lectores podemos aportar nuestro granito de arena, cada uno desde nuestra posición.”

Un GPS que nos marca las coordenadas de una ciudad utilizada como foco de atención. “Los ojos del mundo están puestos es esta ciudad dividida”. Y hasta ella viajó Kennedy, quien fue elegido unos meses antes de la construcción del muro de Berlín. Desde las puertas del otrora Ayuntamiento del Berlín Occidental, la escritora rememora que se pusieron muchas esperanzas en el nuevo mandatario ya que durante la campaña electoral prometió defender a los ciudadanos de Berlín, aunque lo que en realidad hizo fue “un poco utilizar a la ciudad y a sus ciudadanos en el enfrentamiento entre EEUU y la URSS” en un momento en que el miedo sobre el cierre de fronteras se estaba fraguando en el Berlín Occidental cuando el levantamiento del muro “no se creía prácticamente nadie”.
Pero se levantó. Sánchez Garnica destaca que era “sorprendente cómo van subiendo los muros cada vez más, la gente se va subiendo a sillas, a escaleras para poder ver a sus seres queridos a unos metros, sin poder estar con ellos”. Una imagen que encontramos en su obra anterior, “La sospecha de Sofía”, pero que también en la novela que ahora nos invita a recorrer las calles de Berlín encontramos la narración de esa madrugada en la que se levanta la primera frontera de espino. La evolución fue de “un muro cada vez más alto, la zona de seguridad cada vez más ancha, con mayor número de obstáculos para que la gente no saltara y cada vez dramático y más aislado, y con una sensación de cárcel para los que quedaban dentro”. A día de hoy podemos ver parte de este muro por la ciudad y en puntos clave como en Postdamer Platz; para terminar este viaje literario precisamente donde finaliza la historia de “Victoria”, en Oberbaumbrücke, uno de los puestos fronterizos reservados para peatones.
Ismael Arranz (Berlín)




