Altamira, al borde del colapso

La subdirectora del Museo de Altamira alerta del deterioro sufrido por la cueva debido a su explotación turística en el siglo XX

La Cueva de Altamira estuvo cerca de desaparecer para siempre. Así lo ha afirmado Carmen de las Heras, subdirectora del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, quien ha señalado que la masificación turística durante décadas “casi acabó” con uno de los mayores tesoros del arte rupestre paleolítico.

Durante su intervención en un curso de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, De las Heras repasó el complejo proceso de conservación de la cueva desde su descubrimiento en 1879 hasta su cierre al público en 1977, motivado por el alarmante deterioro de sus condiciones ambientales.

Tras haber permanecido sellada durante más de 13.000 años, la entrada natural de Altamira se abrió tras un derrumbe, permitiendo la ventilación a través de pequeñas grietas. Sin embargo, con la explotación de canteras en la zona y las primeras visitas, ese delicado equilibrio comenzó a romperse.

En sus primeros años como atractivo turístico, los visitantes accedían con antorchas, lámparas de carburo y hasta herramientas, provocando daños irreparables. Más tarde, en los años 50 y 70, Altamira se transformó en una atracción de masas con cafetería, tienda de souvenirs y colas interminables. “La convirtieron en un paseo fácil”, lamentó De las Heras.

Tocar las pinturas para comprobar su autenticidad, calcar las figuras con plásticos o alterar la ventilación natural al derribar rocas de la entrada son solo algunas de las acciones que contribuyeron al deterioro. Incluso se construyeron muros e instalaciones que, lejos de protegerla, agrandaron el problema.

Tras décadas de daños, la cueva fue cerrada en 1977. A partir de ahí comenzó un proceso de conservación real que incluyó el desmantelamiento de edificaciones y la construcción del actual museo y neocueva, alejados del yacimiento original, para permitir el acceso al arte sin poner en peligro su supervivencia.

Hoy, Altamira sigue siendo un símbolo universal, no solo por la belleza de sus pinturas, sino como ejemplo de los retos a los que se enfrenta el patrimonio cultural frente al turismo descontrolado.